EL ÚLTIMO QUE RÍE
Sabido es que vivimos rodeados de microbios. Todo tipo de bacterias, hongos, virus, insectos microscópicos y demás familia conviven con nosotros y nos hacen bien o mal según el momento o la oportunidad. Todo esto, lo tenemos asumido. O al menos, lo tiene la inmensa mayoría de la gente. Qué remedio.
No era ése el caso de Tomás. Vivía angustiado sabiendo que sus manos estaban llenas de cantidades ingentes de microbios, y sus labios, y su piel, y su cabello, y sus intestinos…
Así que se pasaba la vida limpiándose, y la esponja y el jabón eran sus aliados incondicionales en su guerra particular contra la multitudinaria invasión microbiana. Los mataba a millones.
Era tanta su obsesión que, poco a poco, su piel fue adelgazando y debilitándose como consecuencia del abuso de sustancias detergentes. Se le abrían grietas en las manos y en los pies, y la piel del cuerpo, cuando cumplió los cincuenta años, era ya tan fina que se le transparentaban las venas.
Finalmente, le apareció una terrible infección cutánea contra la que los médicos no pudieron hacer nada, tanta era la fragilidad de su piel.
Cuando le dijeron, poco antes de morir, que los microbios habían sido, a pesar de su obsesión por la limpieza, los causantes de su muerte, él se limitó a dibujar una mueca en el rostro y dijo por toda respuesta:
“Pues entonces, cuando me muera quemad mi cuerpo para que queden bien chamuscados. ¡Veremos quién es el último que ríe!”
LA COLECCIÓN
De pequeño coleccionaba sellos baratos, de tierno púber lepidópteros, y de joven, fósiles.
Esto fue antes de casarme con Lady Glub, la hija del rey de la mayonesa «Glub». Con ella me interesé por las monedas de plata. Cuando su madre murió, inicié una valiosa colección de monedas de oro, y cuando murió su padre, me dediqué a adquirir cuadros y esculturas de Picasso, Dalí y Miró.
Ahora, muerta ya mi mujer, viejo y harto de enojo y tristeza, he perdido el interés por todo y sólo colecciono una cosa: años.
EL MEDIOCRE
Era una persona tan mediocre que su máxima aspiración era ser un perfecto mediocre.
Lo fue hasta el día que le tocaron cinco millones de euros en las quinielas. Desde entonces, se convirtió en una persona tan imbécil que su única aspiración era ser un perfecto imbécil.
PASIÓN FEBRIL
A lo largo de su vida había sufrido todo tipo de enfermedades: disentería, malaria, dengue, sarampión, tifus, tuberculosis…
Cuando poco antes de morir, con 100 años cumplidos, le preguntaron por qué habiendo tenido casi de todo había llegado a ser tan viejo, contestó que «siempre me han querido los microbios, y yo a ellos. Es por ello que, como hemos disfrutado tanto de nuestra íntima relación, siempre hemos querido prolongarla lo máximo posible.»