LA VIOLACIÓN
El hombre ni siquiera elevó la voz:
-Oiga, señora, que si le viene bien, que la quiero violar.
-¡Ah, no, de eso nada! Sepa que no me dejaré así como así. Si pretende violarme, me defenderé con uñas y dientes.
-De eso se trata, señora, pero comprenda que usted me atrae mucho y la ocasión, con usted indefensa y nadie a la vista, la pintan calva. Así que, prepárese… ¡que voy!
Los dos forcejearon a partir de aquel instante. El hombre le arrancó violentamente a la mujer la camisa y el sujetador, pero en la acción recibió un buen puntapié que lo hizo maldecir de dolor. Después le desgarró la falda pero, cuando estaba quitándole las bragas, la mujer lo mordió en una oreja y casi estuvo a punto de llevarse con los dientes un trozo de ella sino fuera porque él deshizo el bocado con un estrangulamiento oportuno de la garganta femenina.
Entonces, hicieron el amor. Un amor salvaje, violento, lleno de improperios, gemidos y chillidos de placer y dolor.
Un auténtico escándalo.
Cuando acabaron, la espalda del hombre sangraba por cuatro o cinco lugares. Se notaban los arañazos ocasionados por las uñas afiladas de la mujer.
Sabía defenderse, pero la fuerza masculina había sido netamente superior y el hombre había podido consumar la violación.
Mientras se ponía los pantalones, y sin mirarla, el hombre dijo:
-¿Cuánto?
-Son 60 por el trabajo, 30 por la ropa, y la propina, chato…
El hombre pagó religiosamente y, a continuación, se fue por donde había venido.
La mujer, entonces, exclamó con un suspiro prolongado:
-¡Dios mío, lo que tiene una que hacer una hoy en día para ganarse el jornal!
EL ABUELO Y EL NIETO
En la playa, el nieto dejó de jugar con el cubo, la pala y la arena, y le dijo al abuelo:
-Venga, yayo, que ya es hora de ir a casa.
El abuelo despertó de la somnolencia.
-Che, niño, no me des la tabarra.
El niño movió la cabeza, como si profundas reflexiones asaltaran su mente inquieta.
-Yayo, mira la hora que es. Ya llevas dos horas aquí, al Sol, y estás más tostado que una lagartija.
El abuelo hizo cara de estar enojado, muy enojado.
-Niño, te he dicho diez veces que todavía no me quiero ir. Y además, observa: el Sol no me calienta ni las piernas porque la sombra me cubre todo el cuerpo.
El niño ya estaba realmente impaciente.
-Yayo, mi padre me pidió que te dijera cuándo era la hora de volver y que te acompañara de vuelta a casa. Pues bien, ya es la hora de volver, y yo no me vuelvo sin ti.
-Niño… ¡que no me voy todavía!
Todavía duró la conversación diez minutos más, de ese estilo, en un tira y afloja permanente, pesado, un diálogo de besugos. Entonces, una señora que estaba extendida sobre una gran toalla a escasos metros de la escena, mayor en años pero de muy buen ver todavía, metió baza. Su voz era meliflua y a la vez imperativa:
-Señor mío, tal vez me meto donde no me importa, pero ¿no cree que debería de hacer caso a su nieto?
El abuelo se la quedó mirando primero cómo si se hubiera sorprendido, pero a continuación dijo con aspecto comprensivo:
-Bien, si me lo pide usted le haré caso. Venga niño, vamos, que la señora tiene razón.
La señora asintió silenciosamente. La cordura no necesitaba de palabras superfluas.
El abuelo se levantó lentamente de la hamaca y empezó a preparar la bolsa mientras el niño, a su vez, también recogía sus juguetes. Pero cuando ya lo tenían prácticamente todo listo, el abuelo miró de nuevo a la mujer como quien hace una cosa simplemente por distraerse y le dijo:
-Oiga, señora, ahora que usted me ha hablado, le noto el acento de la montaña. ¿No será de Pego?
La señora compuso una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Ay, casi acierta! ¡De muy cerca! ¡Soy de Ondara! ¿Qué conoce usted Ondara?
El abuelo le correspondió la sonrisa.
-¡Y tanto! Es un pueblo encantador, precisamente muy cerca, en Gata, veraneé el año pasado. Pero ahora, dígame…
Después de aquel prometedor inicio de conversación, y visto que podía ir para largo, el abuelo extendió de nuevo la hamaca, pero ahora cerca de la señora, y la estancia en la playa duró todavía una hora más. Lo suficiente porque se iniciara una buena amistad. El niño, por su parte, optó por callar y jugar. Estaba muy bien educado: un niño no se tiene que meter en medio de las conversaciones de mayores.
Aquella misma noche, la señora y el abuelo, de unos sesenta años y todavía de buena planta, salieron a cenar a un restaurante famoso. Después de una inolvidable velada, con una conversación de lo más animada alrededor de cien cosas a cuál más dispar, acabaron juntos en la cama.
Al día siguiente, nada más llegar a casa, el abuelo encontró al nieto. Con un gesto pícaro, le dijo:
-Pedrito, esta ya es la tercera que te debo. Si no fuera por ti, no sabría como iniciar una conversación en una playa con las tías buenas. Mañana iremos a la playa de Poniente, donde he visto que planta su real cada una… Ehem, ¿qué quieres que te regale para tu cumpleaños?
HACER EL AMOR
El joven le propuso, encendido como estaba, hacer el amor.
-No.
-Vaya, mira que todas las parejas lo hacen.
-¿Y a mí qué? Ya lo haré cuando me case.
-¡Pero si acabamos de casarnos!
-Y tanto, pero podrías esperar a la noche y no querer hacerlo… en los servicios.
-Ay, a la primera de cambio y ya tengo un “no”. ¿Cuántos seguirán?
-Venga, vale, que no se diga que soy estrecha…
-Esto ya está mejor, y por la noche, otro más.
-No…