«La justicia es pendular: antes se fastidiaba a las mujeres, ahora a los hombres». Esta frase la pronunció hace un par de años un teniente fiscal de no importa qué procedencia: vistas la Ley del Divorcio y la práctica judicial desde el año 81, la podría haber suscrito casi la totalidad de los jueces y fiscales.
No voy a entrar en el análisis de la prevaricación que supone, ni en la situación de la justicia veinte años atrás, que fue como dice la frase. Hablaré de la época presente, y aquí de nuevo se acierta. Si el machismo/misoginia imperó hasta un pasado reciente, hoy está entremezclado con el feminismo/misandria.
Intentaré resumir la realidad actual: si se presentan delante de un juez un padre y una madre cualesquiera, ella -si lo pretende y salvo casos de locura o similares- se llevará la custodia de los hijos. Y con ellos la vivienda, la pensión por alimentos y la compensatoria si hubiera lugar. A él se le aplicará siempre la «presunción de culpabilidad», no la lógica de «inocencia». Se le considerará pues un mal padre que tendrá que demostrar lo contrario. En consecuencia, le dejarán dos bazas: la 1ª, ver apenas a sus hijos, a los que no podrá educar. Aquí, el principio utilizado será el de la «estabilidad». Para lograrla, el niño necesita «un solo ambiente»: el de la madre. El del padre se sacrifica. Valdrá más un sofá materno que poder ver a sus primos paternos. Increíble, pero cierto.
La 2ª, pagar cuanto más mejor. Sin embargo, será la madre la única que podrá desgravar en el IRPF. Y además, las pensiones no contemplarán, por ej., los gastos que generen los hijos cuando estén con él. Las compensatorias serán vitalicias en la práctica: basta la negativa de una mujer diciendo que no convive con nadie, aún con pruebas evidentes, para que se le dé la razón.
¿Por qué y cómo ha surgido este sistema?
Para su creación y su praxis participan las dos «ideologías» mencionadas, hoy por hoy mayoritarias en la sociedad española. Aunque en apariencia contradictorias, confluyen en el mismo fin. Para los de la 1ª de ellas el niño es considerado «una carga», y como tal, «cosa de mujeres». Y al hombre, lo que le corresponde es la vida socio-laboral. La Ley del Divorcio es fundamentalmente obra de éstos. Consiste en un cúmulo de ambigüedades y rancios despropósitos. Una chapuza jurídica que vulnera 8 artículos de la Constitución, tal y como hemos demostrado desde la Fed. Esp. de Padres Separados en una campaña de recogida de firmas.
Y lo mismo decimos de la práctica judicial subsiguiente. (Por cierto: los jueces no tienen en lo más mínimo estudios sobre el tema) Citamos sólo tres detalles: la Constitución no autoriza a estos funcionarios a echar al padre de su casa sin compensación, ni a meterlos en prisión por impago de la pensión (sin contar que esta salvajada es traumática para los hijos). Ni tampoco les autoriza a «apartar» a los padres (los «Visitantes») de sus hijos, condenándoles a indignos regímenes de visitas. El famoso «fin de semana alterno» supone para un hijo dejar de ver a su padre doce días seguidos de cada catorce. Y así, semana tras semana. Y ya no digamos los regímenes de unas pocas horas… «en beneficio del menor». ¿Qué se cree un juez que es un padre? ¿Un gato que se olvida de sus crías? ¿Quisiera él ese trato?
Para los de la segunda ideología en liza, la mujer está discriminada, y se le debe «compensar» otorgándole los hijos, vivienda y pensión. Si se fijan vds., los/las feministas radicales hablan siempre con la palabra «igualdad»… en una mano. Con la otra, sin embargo, exigen en exclusiva los privilegios sexistas de la mujer: la custodia de los hijos, la pensión, la procreación (en el tema del aborto al padre ni se le menciona), etc. Así, éstos también alientan a la mujer a quedar subordinada a sus hijos -restándole disponibilidad profesional-, y a ser dependiente/parásito del hombre. El sistema actual de las separaciones, pues, defendido por ambos sectores, fomenta su inferioridad social y su condición de segundona y pedigüeña.
Pero ésta no es la única consecuencia negativa. Un matrimonio necesita equilibrio, pues bien, la desigualdad en el trato es tan rotunda que provoca el incremento constante de las rupturas matrimoniales. En la actualidad, para la mayoría de los padres la separación es un suicidio. Para las mujeres, una prebenda fácil de conseguir. De hecho, no es casualidad que el 85% de las separaciones las promuevan ellas.
Y también aumenta la litigiosidad, ya que los perjudicados querrán recuperar lo perdido y muchos ganadores se aferrarán a los beneficios. Ello, para disfrute de abogados y procuradores.
Y en medio, los hijos. Los grandes perdedores. De entrada, les alejan del padre y de sus abuelos y demás familia paterna. Después, se ven inmersos en guerras de las que saldrán en muchos casos traumatizados, inadaptados escolares o agresivos.
En cuanto a los impagos de pensiones -muchas veces una forma de rebeldía del padre contra las injusticias a la que es sometido-, las feministas han intoxicado la sociedad. Manipulan los datos para hacer ver al padre como un sinvergüenza que se merece perder sus hijos. Las cifras dadas por los Organismos Públicos no pasan del 15-20%, lejos del 80% que afirman ellas. Y ha sido este tema para ellas la «Madre del cordero», cuando no es más que una de las muchas consecuencias. Y como en una enfermedad, para curarla, hay que ir a la causa: la desigualdad.
Solución básica: que el PSOE deje de llenarse la boca con la palabra «igualdad» y que la aplique de una vez. Y aquí significa «Custodia Compartida»: compartir con sensatez los hijos y lo que conllevan. Él y los otros partidos deben modificar sustancialmente la Ley del Divorcio, y con la máxima concreción para evitar, como hoy ocurre, que el juez sea la ley.
Nuestros hijos necesitan a la madre… y al padre. Los que lo duden, por favor, que no muevan un dedo.