El ser humano puede pensar de cuatro maneras distintas. Inevitablemente, la primera se hace a través del cerebro. Es en ese órgano donde en teoría los seres humanos llevan a cabo sus reflexiones y decisiones, para bien o para mal, para ser felices o para, tal vez, enfrentarse a la gente. El acierto o no dependerá de la inteligencia natural que posea cada persona en concreto, además de su capacidad cultural.
La segunda forma de pensar es a través del corazón. Los pensamientos que creamos con ese órgano suelen llamarse viscerales e intuitivos, e incluso puramente animales. No únicamente está relacionado con los sentimientos, como comúnmente la gente cree. Muchas decisiones las tomamos, casi sin darnos cuenta, a través del corazón.
La tercera opción del ser humano pasa por eso tan vulgar y al mismo tiempo tan natural en nosotros que es la entrepierna. Mucha gente piensa a través de ella y su ida está regida por lo que sucede en tan limitada región corporal. ¿A cuántos hombres les ocurre eso? Y a cuántas mujeres? En los hombres sucede cuando no tienen otra idea en la cabeza. Cada vez que ven a una mujer, salvo a las de su familia, la escrutan en términos de deseo sexual. Se les va la cabeza por ellas. Las mujeres piensan con la entrepierna cuando se ponen provocadoras, cuando enseñan con escotes atrevidos, cuando se contonean andando como si estuvieran desfilando en una pasarela de moda.
La cuarta opción radica en los sentidos. Es el imperio de la vista y del oído y, en mucha menor medida, del olfato y el tacto. A través de estos sentidos nos llegan diariamente cientos de mensajes. Si los procesamos a través ellos nos quedamos entonces con su aspecto puramente literal: no son sometidos a ninguna depuración, a ninguna crítica. Tal como llegan, nos los creemos y operamos en consecuencia.
Pero suele suceder que la forma pura de pensamiento sea rara y que vengan mezcladas. Es normal que la gente piense con una combinación de sentidos y corazón, o de entrepierna y corazón, o de cerebro con cualquiera de los otros sistemas, o los cuatro a la vez. De hecho, la manipulación a la que estamos sometidos diariamente de forma machacona, absolutamente insistente, suele apelar sobre todo a la combinación de sentidos, entrepierna y corazón, con una ausencia total de cerebro.
Porque ese es el quid de la cuestión, adonde quiero llegar: a la manipulación de nuestras formas de pensamiento. Los sistemas de manipulación política y social son muchos, y muy variados y sutiles. Salvo las escasas personas que utilizan a fondo el cerebro para pensar, y no siempre, la inmensa mayoría de la gente nunca se da cuenta de que está siendo manipulada.
Dicen que las mujeres ganan un 27% menos que los hombres. Sin embargo, cuando le pregunto a cualquiera dónde ocurre eso me contestan que ellos, en su parcela de vida, no lo ven. Entonces, ¿por qué se lo creen? Acaso la gente desconoce que existen las magistraturas de trabajo, que tumbarían en cuestión de días esa supuesta desigualdad? Determinadas asociaciones feministas, e incluso sindicatos como CCOO y UGT, e instituciones como los Institutos de la Mujer están detrás de esa mentira, que la gente se cree a pies juntillas. Se ha llegado incluso a ofrecer 3.000 euros a aquél que lo demuestre, pues bien, aún estamos esperando el ganador.
¿Quiénes son los grandes manipuladores? ¿Aquellos que se aprovechan de la tendencia general de la gente a pensar con los sentidos, o a los que piensan con el corazón? Ya hemos mencionado a asociaciones, sindicatos e incluso instituciones oficiales, pagadas por todos y que deberían ser tan neutrales como el jabón. Hay que mencionar ahora a la prensa. En verdad, el cuarto poder. Diré un ejemplo de los cientos que puedo dar y que he visto en los últimos años. Hace un tiempo se pusieron en marcha determinadas medidas de reinserción de gente que había maltratado. Inmediatamente, salió en un periódico alicantino que varias asociaciones feministas, todas ellas de carácter sectario y revanchista y, por cierto, muy subvencionadas por el estado, protestaban per esas medidas. Yo personalmente llamé a ese periódico para decirles que la asociación mixta de padres separados que represento estaba a favor. Ni pruna. No salió nada. Sin embargo, a los tres días, de nuevo aparecieron los nombres de otras asociaciones en contra. Los periodistas de turno silenciaron las posturas a favor, y mencionaron todas las que estaban en contra. Juzguen ustedes.
Los partidos políticos, sean de derechas o de izquierdas, son una gran fuente continua de manipulación. Un partido determinado puede decir en un momento dado no a la OTAN y luego, en un santiamén, cambiarlo por un sí cuando le conviene. Las masas se quedan como lo que son: como gilipollas. Algunos partidos mienten más que hablan, y lo hacen con tal desparpajo que uno tiene por fuerza que alucinar sino fuera porque los años lo acostumbran a todo. Dicen los de Expediente X que la verdad está ahí fuera. Se equivocan. Lo que de verdad está ahí fuera es la mentira. Los partidos mienten sistemáticamente, y los comunistas se llevan la palma. El comunismo es un sistema mediante el cual una banda de iluminados, comandados por algún fanático especialmente virulento, se hace con el poder para, desde ahí, manipular a su antojo, sin ningún escrúpulo, y lenta pero inexorablemente, la nación que ingenuamente les ha cobijado. Que el comunismo aún subsista en el mundo civilizado es una demostración palpable de la involución del Homo Sapiens a Homo Necius. Y el instrumento vital, imprescindible para esa maquinaria de alienación del individuo es el uso de la manipulación. Primero, para llegar al poder y afianzarse en él; segundo, para hacer que se vean sus sanguinarios cabecillas como si fueran tiernos corderitos, unos padrecitos benévolos. Hay ejemplos de sobra: Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot, Ceaucescu, Lenin, Castro, y tantos otros. Cierto es que el comunismo presenta algunos logros (¿en educación y en sanidad?), pero son un bagaje ínfimo para compensar la infinita carga de sufrimiento que ha supuesto a los países que han tenido la desgracia de padecer ese cáncer maligno.
Somos fácilmente manipulados, o incluso nos convertimos en manipuladores, porque solemos confundir los deseos con la realidad. Consciente o inconscientemente, tergiversamos e incluso llegamos a la difamación y la calumnia sin el menor pudor. Incluso cuando leemos, lo hacemos deprisa y corriendo, deteniéndonos donde nos interesa y obviando lo demás, con lo que la lectura se convierte en interesada y manipuladora. Veamos casos. He dicho en alguna ocasión que las injusticias generan violencia, pues bien, determinadas personas han entendido que estaba justificando la violencia. Imagínense que a alguien que dice que el fumar provoca cáncer le espetan que con ello está justificando el cáncer. Nada más lejos de la realidad. Esa frase de las injusticias se puede aplicar en todos los países del mundo y en todos los momentos históricos, y no es nada nueva. De hecho, incluso se oye en los tribunales, cuando se atenúa la consecución de un delito si hay antecedentes debidos a situaciones de desamparo o injusticias que hayan podido provocar estados de alienación, que son causa de violencia. En definitiva, algunos desean que yo justifique la violencia, sencillamente porque con mis argumentos rompo sus tesis. Ese deseo lo convierten en realidad. Me manipulan.
Otro ejemplo es cuándo he dicho estar por la igualdad de sexos, que se traduce en el tema de las separaciones en la modificación de la retrógrada Ley del Divorcio a fin de llegar a la custodia compartida. Eso lo he dicho cientos de veces, por activa y por pasiva, lo cual me ha llevado inevitablemente a atacar los privilegios de cualquier sexo. Y ahí es donde ha dolido: la mayoría de mujeres ven bien la igualdad política, social y laboral, pero que no les toquen sus hijos. Son suyos y nada más que suyos y el padre, con llevarlos al cine y pagar religiosamente su manutención, tiene bastante. Es su peculiar concepto de la igualdad que, claro está, nada tiene que ver con la justa y real y que, además, más tarde o más temprano les dolerá también a ellas, ya que se olvidan de que tienen hijos y de que las injusticias también terminan alcanzando a sus creadores. El caso es que ya podré yo explicar un millón de veces mi deseo de igualdad. Siempre seré machista para las feministas. ¿Por qué? Porque atento contra su sacrosanto privilegio sexista.
RAMON PASTOR QUIRANT